LOS ESPAÑOLES TOMAN SU "BASTILLA"
Siempre
he oído que la historia es una rueda que gira y gira repitiéndose
una y otra vez. Y así lo parece. Doscientos años no han servido
para nada. Ni doscientos ni dos mil. Hace dos siglos que nuestros
vecinos tomaban la Bastilla, una gran cárcel a la que el rey enviaba
a su antojo no solo a delincuentes sino a todo aquel que le resultaba
molesto. Despotismo Ilustrado lo llamaban. Los franceses la tomaron
para derrocar ese régimen injusto e inhumano. Doscientos años nos
han hecho falta a los españoles para tomar nuestra bastilla. Eso sí,
los déspotas son cada vez menos ilustrados. Estos, lejos de
aquellos, parecen no tener ideas nuevas que rompan con el mundo que
vivimos, más bien tratan de perpetuar estigmas que duelen, que
hieren demasiado hondo a los ciudadanos de a pie, que cada día
tienen más hambre y trabajos menos dignos.
Tal
vez, en unos años, en las escuelas se hable de la violencia en la
que se sumía el país. Tal vez la aludan sin ser capaces de creer
que aquello de lo que le hablan fuera posible y quizás, muchos se
emocionen o se horroricen al ver a sus mandamases y a sus fuerzas del
orden, encargadas de velar por la integridad de todos, arreando palos
indiscriminadamente a unos y otros. Ojalá pudiera ser así, ojalá
en un tiempo no muy lejano recuerden el 25 de septiembre como el día
que el pueblo se levantó y rodeó el Congreso. Ojalá recuerden que
días después éste fue tomado, que cientos de corruptos y asesinos
fueron juzgados y recibieron su merecido. Ojalá la violencia que
vivimos estos días, estos meses, sea inimaginable por entonces.
Ése
es el problema: la violencia. La violencia sangrante que no mira a
quién. La violencia sin escrúpulos. La violencia de la que tantas
veces han intentado huir nuestras dos Españas. Una violencia vestida
de chaqueta, que señala con el dedo, que da un sí a una violencia
aún mayor. Una violencia verbal que se dedica a lanzar sus palabras
con mechas encendidas que destruyen, cada día un poco más, esta
malherida democracia. Una violencia que miente, que roba, que se
esconde, que mira para otro lado, que asesina con armas que las
propias víctimas deben construir. Una violencia encargada de robar y
ocultar el saber, que invierte en atontar a generaciones de españoles
a los que les han chupado la sangre. Una violencia que permite que
las personas mueran sin ser atendidos en un hospital que llevan
pagando toda la vida por si algún día fuera necesario.
Por
eso (y por mucho más) hay que tomar la “Bastilla”, por eso
rodear el Congreso. Que el aliento de quienes chillan y quienes
jadean heridos por los golpes de la policía en la calle lleguen al
pleno impregnando el aire que ya les cuesta respirar. Porque tienen
miedo. Porque cuando el pueblo tiene hambre no responde y desde muy
lejos empiezan a oírse ya las tripas. Porque saben que un pueblo en
pos de objetivo común lo puede todo y que cuando quieran, la
multitud que levanta las manos en la calle y pide justicia, pide lo
que por ley se supone que ya tiene, podrá echarlos de las butacas en
las que juegan a las mentiras. Tienen miedo porque otros han perdido
el miedo. Y cuando no hay miedo, no hay imposibles.
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