ME HA CRECIDO UN COJÍN EN LA BARRIGA


un cuento sobre hombres, sueños y sillones


A ti que estás sentado en tu sillón,

atento, distraído, te reclamo

(Brotes de Olivo)


Todo el mundo cree conocer las historias más raras y a la gente más extravagante. Todo el mundo cree que ya ha visto de todo, que conoce suficiente. Damián fue, durante mucho tiempo, una de esas personas. Sabía, conocía, había visto. Además, tenía el don de saber esperar. Esperaba y esperaba que algo sucediera. Era todo un experto en eso de la espera porque estaba convencido de que todo llega, de que era lo suficientemente bueno como para que llegara. Por eso esperaba, si fuese de otro modo no lo haría.
Damián era joven. O no. Era, en realidad, una de esas personas que se tambalean en una fina línea en uno de cuyos lados eres ya un hombre y en la que en el otro sigues siendo un chico joven. Así es Damián, demasiado mayor para ser un chico pero quizás demasiado joven para ser un hombre, al menos uno así, con todas sus letras. Nunca lo podrías imaginar con un sombrero de señor, a lo sumo portando su gorra.
Damián ha ido dibujando ciertas arrugas en su rostro y poblando su cara con una barba punzante en una cabeza que sabe que algún día será el mejor escritor del mundo. Y, en cierto modo, ya lo es.
Damían tiene la certeza de que los premios lucirán en las vitrinas de su casa y de que sus creaciones serán conocidas y aclamadas. Tiene esa seguridad porque se sabe un genio, sabe que sólo hay que colocar las piezas en el orden adecuado para que encajen. Entonces, sí, brillará no sólo en el interior de su habitación o en el recuerdo de alguno de sus amigos, brillará en plena calle y delante de centenares de miradas que se verán obligadas a cubrirse los ojos para no deslumbrarse y, aún así, sentirán la profunda atracción que te hace mirar sin dejar de pestañear. Damián sabe todo esto. Lo sabe pero a menudo lo mantiene en silencio, no le gusta demasiado presumir de ello, no es de esa clase. Sabe que es estupendo y que pocos podrían hacerle sombra y eso le da paz. Le da paz y le pone en pie de guerra. Justo en el espacio minúsculo donde esa paz y esa guerra colisionan es donde Damián se pierde. Por eso, además de ser brillante, es a veces un hombre y a veces un joven en standby.
En la mente maravillosa que posee Damián existen, como existía todo cuanto hay en el cosmos antes de ser creado, miles de historias, centenares de nombres, caras, gestos... de centenares de personajes que ya viven antes incluso de que él les dé vida y los transforme en un papel o una pantalla. Allí, en su mente, ya hay construidas frases ingeniosas que saldrán de los labios de alguno de sus protagonistas, frases que ellos mismos pensarán sin pronunciarlas. Frases, palabras, sonidos... que permanecerán por siempre. Y Damián lo sabe. Su cabeza está en ebullición, en su interior se moldea y fragua lo que, en algún momento, saldrá de ella. Sus historias son parte de las historias del universo del mismo modo que las historias del universo forman parte de las suyas. Sabe que esas historias están ya ahí y que el mundo las espera. Sabe que basta con revolver los cajones y quedarse con alguna. Pero no va a hacerlo hoy. Hoy no puede. Está ocupado, porque la vida de un hombre lleno de historias, en el fondo, no es distinta a la de uno que no las tiene, al menos no en lo más básico. Damián, sin el trabajo maravilloso que está esperando, no puede dejar salir sus historias de su cabeza, se perderían. Para él es mejor esperar. Esperar una llamada de teléfono, un correo electrónico, la visita de un amigo o el anuncio que aguarda por ti. Sólo hay que esperar. Y no va a aceptar nada que no sea lo que está esperando. Por eso no puede crear. No quiere hacerlo todavía, no hasta que todo esté en orden para poder hacerlo. Tienen, además del trabajo, que solucionarse algunos asuntos en casa. Esos asuntos que no dependen de uno y que no nos dejan otra opción más que la espera. Seguir esperando. Esperando la llamada, el correo, el anuncio, el amigo...
Así se fatigó Damián, esperando soluciones que no dependían de él. Tan fatigado se sintió que no pudo hacer otra cosa sino echarse un rato en su sillón. Un sillón de esos con grandes orejeras que te hacen mimos hasta que te entregas a ellos. Damián, que los conoce, no suele entregarse de inmediato, ni siquiera después de cientos de carantoñas. Damián está sentado porque necesita reposar. Necesita esperar a que se calme la tormenta para salir a la calle. Después será un momento fantástico pero ahora, necesita reposar. El trasero bien instalado, la espalda recta, piernas firmes pero descansadas, brazos estrechando las manos con los del sillón, la cabeza bailando íntimamente con la butaca... Y las ideas fluctuando dentro de él, una tras otra, grandes, pequeñas, presuntuosas, modestas... ideas refugiadas esperando, también ellas, su momento. Pero ahora necesita una siesta, descanso que le traerá nuevas historias que contar. Así es su vida, crear en el sueño, crear en el baño, crear en el trabajo que no tiene y mientras practica el deporte que hace años que no hace, crear para los proyectos en los que tiene pensado participar, crear, crear, crear... y, al mismo tiempo, ganarse la vida para poder hacerlo. Por eso reposa en su sillón, porque de momento, ni la mitad más hombre de Damián puede hacer nada.
Así pasan sus días. De lunes a martes, de martes a miércoles, de miércoles a domingo y de éste al lunes de nuevo.
El sillón no siempre se muestra igual de confortable. Hay días en que parece darle patadas que lo empujan a levantarse, y lo hace, pero para coger impulso y volver a tomar postura. No puede moverse, tiene que esperar, ¿qué ocurrirá si llega la llamada, el correo, el anuncio o el amigo? Hay que esperar. Lo mejor es permanecer sentado pese a estar volviéndose el sillón un tanto incómodo y hasta insolente.
Pero no está mal para él, incluso con los párpados caídos su sillón le permite pensar en ella sin sumirse en el letargo de los sueños. A veces, incluso ella parece ser una de sus historias. A Damián le gusta construir y deconstruir relatos en los que aparece ella. A veces, escondido, también aparece él. Cuando piensa en ella le gusta acomodarse en su sillón, amodorrarse. Tanto que ambos van fusionando sus formas. Al pensar en ella recuerda que si no quiere que su historia sea tan solo un cuento, debe esperar. Nada es demasiado bueno para ella ahora mismo, ni siquiera él, que es brillante y estupendo, pero no suficiente todavía. Debe ser paciente y esperar un poco más, sólo hasta que dos o tres piezas varíen su posición. Sabe que deben moverse, que los cajones se abrirán y saldrá el polvo que los llena sin dejar hueco, pero para que eso ocurra debe ser paciente. Todo llega y su sillón le ayuda a esperar. Minuto a minuto. Hora tras hora. Día tras día. Semana tras semana. Año tras año. Vida tras vida, si las tuviera. Espera y el reloj va corriendo. O corría hasta parar cual barco varado a la deriva de algún mar por el que no pasa nadie. Sus manecillas están paradas pero Damián no las necesita. Después de todo, qué es el tiempo sino una invención para tratar de atrapar algo que no podemos ver ni tocar. Por eso no le importa esperar, porque sabe que el tiempo no es lo que todos creen. Tampoco lo es ella. Ni siquiera es lo que él creía cuando la creó. Ahora que vive no se atreve a acercarse demasiado a ella, cree que su historia no está concluida y que quizás, si se acerca, acabe borrándola o cargándose el final. Mejor esperar, esperar y retomarla dentro de un tiempo. Por entonces, ella estará allí, como todas sus demás creaciones. Ahora necesita descansar. El no tenerla le agota. El pensarla le da sueño. Por eso duerme durante horas sin moverse, por si llaman a la puerta, por si llega el correo, el anuncio o el amigo.
Es extraño. Tan bien se ha halla con su sillón que comienzan a sentirse como uno. Damián se siente cómodo. El sillón le da calor, le presta un par de brazos en los que apoyarse. Se entienden como no consigue entenderse con el resto del mundo. Ni tan siquiera necesita hablar. Están tan cerca que su espalda ha dejado de serlo para convertirse en un respaldo. Siempre ha necesitado uno y ahora lo encuentra sin más. Un respaldo sobre el que apoyar su existencia. Por fin empezaba a valer la pena eso de esperar.
Primero fue el respaldo, después vinieron las piernas, ahora patas con faldones proveedoras de estabilidad, una estabilidad que clamaba a gritos desde hacía tiempo. Un respaldo, unas patas, unos brazos que unidos a los del sillón parecieron nacidos desde siempre con similar anatomía. Brazos en los que dejar el peso del trabajo hecho. Brazos por los que circula la vida. Brazos cansados por las historias que dependen de sus manos.
Es ya respaldo, brazos, patas... apenas necesita ya el sillón. La espera está haciendo justicia y ser sillón para no requerirlo no está tan mal. Ya no necesita ni cargar con su cabeza, no hay por qué estrujarla, otros van a hacerlo por él, o contra él.
Pero... ¿qué ocurre? ¿qué le nace allá dónde estuvo la barriga? Por qué, si su sillón no lo tenía... Quizás por ello, se dice para tranquilizarse. Es mejor calmarse y esperar, piensa Damián, para no ponerse nervioso. O tal vez, lo mejor sea salir corriendo. Sí, esa es la opción, lo ve claro, lo mejor es salir corriendo. No le agradan los cojines y menos los que son para reposar los traseros de otros. Sí, se convence, lo mejor es levantarse y correr pero... los faldones, las patas rígidas, el respaldo... Damián no es ya ni chico ni hombre y duda mucho de que un sillón al que le ha crecido un cojín en la barriga pueda correr demasiado.
¡Socorro!, escucha en sus orejeras, ¡Socorro! ¡Me ha crecido un cojín en la barriga! ¡Socorro! Grita y piensa en ella. Piensa en las historias que aún están por surgir. ¡Socorro! ¡Me ha crecido un cojín en la barriga!
Nadie pareció inmutarse, excepto el reloj que, desafiante, comenzó a mover sus manecillas.
Damián ya no quería esperar. Quería salir, correr, saltar, buscar, caerse; quería sentir el golpetazo de las puertas cerrándose en la nariz que ya no tiene pero no puede, le ha crecido un cojín en la barriga y otra persona, dispuesta a esperar como esperó él, viene a hacerlo reposando sobre su cojín.
Damián es brillante, siempre lo fue. Un tipo extravagante. Pero nadie sabe ya dónde encontrarlo. De vez en cuando, en algunos lugares, brilla una lucecita que no viene de ninguna parte y ella, con su historia inacabada, piensa en él mientras abraza su almohada.

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